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miércoles, 13 de marzo de 2019

Jack Torrance

ESCRITORES y LIBROS:
En “El Nombre de la Rosa”, de Umberto Eco, Adso de Melk dice que a veces los libros hablan de otros libros, que es como si hablaran entre sí. Stephen King habla mucho sobre escritores, que es como si hablara de sí mismo y consigo mismo, y de los libros de esos escritores, que se entrelazan con los suyos. De esas historias imaginadas por autores imaginados, sólo conocemos ideas, temas, fragmentos. Y aquí están.
Jack Nicholson como Jack Torrance
Probablemente uno de los personajes más reconocidos de Stephen King sea Jack Torrance, debido a la popularidad de la película “El Resplandor” de Stanley Kubrick (1980), donde Jack Nicholson interpreta magistralmente su papel. Paradójicamente, ni en el film de Kubrick ni en la remake en formato de miniserie de 1997, se le da mayor importancia a su condición de escritor, más allá de mencionar el hecho de que el empleo como cuidador invernal del Hotel Overlook le servirá para terminar “su obra”. Incluso las escenas en que se lo muestra tipeando en una vieja máquina de escribir (sobre todo la infame línea “All work and no play makes Jack a dull boy”), sirven meramente como trasfondo de la historia principal del trágico giro que sufre la estadía de la familia Torrance en el Overlook. Y es que el Overlook absorbe todo y a todos a su alrededor y en sus entrañas complejas y atiborradas de fantasmas y antigua maldad. 
Sin embargo, Jack Torrance había sido una vez un escritor promisorio en gradual florecimiento, que había publicado dos docenas de cuentos, uno incluso en la tradicional Esquire, “Los Agujeros Negros”. Entre todos ellos, del único que tenemos algún material para hincar el diente es “Aquí está el mono, Paul DeLong”, cuyo terrible argumento se nos revela en retrospectiva:

“Por lo general, a Jack le gustaban sus personajes, los buenos y los malos. Y se alegraba de que fuera así. Eso le facilitaba el intento de verlos desde todos los ángulos y entender con mayor claridad sus motivaciones. Su cuento favorito, el que había vendido a una revista pequeña del sur de Maine, era un relato titulado: Aquí está el mono, Paul DeLong. El personaje era un violador de niños, a punto de suicidarse en su cuarto amueblado. El hombre se llamaba Paul DeLong, y sus amigos lo llamaban Mono. A Jack le había gustado mucho Mono: comprendía sus extravagantes necesidades y sabía que no era él el único culpable de las tres violaciones seguidas de asesinato que tenía en su historial. Sus padres habían sido malos, el padre violento y agresivo como había sido el de Jack, la madre un estropajo blando y silencioso como su propia madre. Una experiencia homosexual en la escuela primaria. La humillación pública. Experiencias aún peores en la secundaria y en la universidad. Después de hacer víctimas de un acto de exhibicionismo a dos niñitas que se bajaban de un autobús escolar, lo habían arrestado y enviado a un correccional. Y lo peor de todo era que allí lo habían dado de alta, lo habían vuelto a dejar en la calle, porque el director del establecimiento había decidido que estaba bien. Ese hombre se llamaba Grimmer, y sabía que Mono DeLong presentaba síntomas de desviación, pero había presentado un buen informe, favorable, y lo había dejado en libertad. A Jack también le gustaba y simpatizaba con Grimmer. Grimmer tenía que dirigir una institución con escasez de fondos y de personal, intentando que las cosas no se le vinieran abajo a fuerza de saliva, alambre de embalar y míseras subvenciones de una legislatura estatal que estaba pendiente de la opinión de los votantes. Grimmer sabía que Mono podía establecer contacto con la gente, que no se ensuciaba en los pantalones ni trataba de asesinar a los otros reclusos con las tijeras. No se creía Napoleón, tampoco. El psiquiatra a quien se confió el caso pensaba que eran excelentes las probabilidades de que Mono pudiera valerse por sí mismo en libertad, y los dos sabían que cuanto más tiempo pasa un hombre en una institución, tanto más llega a necesitar de ese medio cerrado, como un drogadicto de la droga. Y entretanto, la gente se les agolpaba a la puerta. Paranoicos, esquizoides, ciclotímicos, semicatatónicos, hombres que sostenían haber subido al cielo en platillos volantes, mujeres que les habían quemado los genitales a sus hijos con un encendedor, alcohólicos, pirómanos, cleptómanos, maníaco-depresivos, suicidas frustrados. El mundo de siempre, vaya. Si no estás bien atado, te sacudes, te desintegras, te desarmas antes de haber llegado a los treinta. Jack podía entender el problema de Grimmer, como podía entender a los padres de las víctimas asesinadas. Y a las propias víctimas también, por cierto. Y al Mono DeLong. Que el lector se ocupara de buscar culpables. En aquel tiempo, Jack no quería juzgar. La capa del moralista le caía mal sobre sus hombros.”
Si el desarrollo estaba a la par del argumento, no es sorprendente que esos cuentos le ganaran a Jack la fama de ser una “pequeña luminaria” y un puesto como docente en la preparatoria Stovington… esto es, hasta que el alcohol y la ira destruyeron esa parte de su vida.

En el momento en que conocemos a la familia Torrance, cuando Jack, sin empleo, sobrio pero en crisis económica, consigue el puesto como vigilante del Overlook para la temporada invernal, llevando como rehenes a Wendy, su mujer, y Danny, su hijo de 5 años, su proceso como escritor lo ha llevado a comenzar una obra teatral llamada “La Escuelita”… que de momento está atascada en “ese interesante Gobi espiritual que denominamos bloqueo del escritor”, como le expresa a su agente, y esos meses de soledad, tranquilidad y aislamiento le parecen la panacea ideal para su creatividad desfalleciente. El argumento de “La Escuelita” está claramente bosquejado:
“… planteaba el conflicto básico entre Denker, un bien dotado estudiante que al fracasar se convertía en el director —no menos embrutecedor que bruto— de una escuela preparatoria de principios de siglo en Nueva Inglaterra, y Gary Benson, el estudiante a quien Denker ve como una nueva versión, más joven, de sí mismo.”

Sin duda, este argumento es el eco de la vida cotidiana de Torrance, que ha sido despedido de Stovington por agredir físicamente a un popular estudiante, George Hatfield, al descubrirlo vandalizando su auto tras acusar a Jack de excluirlo injustamente de un grupo de debate. 

En el Overlook, Jack consigue salir de su bloqueo y logra una penetración intuitiva del personaje de Denker que siempre le había faltado… al principio. Luego, a medida que el peso del Overlook se hace sentir, la metáfora se le hace demasiado obvia y le imposibilita mantenerse ecuánime:
“… había empezado a tomar partido y, lo que era peor, había empezado a odiar a su héroe Gary Benson. Imaginado originariamente como un muchacho brillante para quien el dinero era más bien una carga que una bendición, un muchacho que nada ambicionaba más que hacer valer sus méritos para poder entrar en una buena universidad porque se lo había ganado y no porque su padre le hubiera abierto las puertas, a los ojos de Jack se había convertido en una especie de fatuo engreído, un postulante frente al altar del saber (en vez de ser un acólito sincero), una imitación superficial de las virtudes del boy scout, cínico por dentro, caracterizado no por una auténtica inteligencia —tal como lo había concebido al principio—, sino por una insidiosa astucia animal. A lo largo de toda la obra se dirigía infaliblemente a Denker llamándolo «señor», tal como Jack había enseñado a su hijo a llamar «señor» a las personas mayores e investidas de autoridad. Jack pensaba que Danny empleaba con toda sinceridad la palabra, al igual que el Gary Benson originario, pero al comenzar el quinto acto, tenía cada vez más la sensación de que Gary decía «señor» en vena satírica, como una careta que se pusiera exteriormente, en tanto que el Gary Benson que había detrás de ella se mofaba de Denker. De Denker, que jamás había tenido nada de lo que tenía Gary. De Denker, que había tenido que trabajar durante toda su vida, nada más que para llegar a director de una mísera escuelita. Que ahora se veía enfrentado con la ruina por obra de ese muchacho rico, apuesto y de apariencia inocente que había hecho trampa con su composición y después había disimulado astutamente las pistas. Cuando empezó La escuelita, Jack veía a Denker como alguien no muy diferente de los pequeños césares sudamericanos ensoberbecidos por sus imperios bananeros que fusilan a los oponentes contra el frontón de la cancha de pelota más próxima, un fanático exagerado para la magnitud de su causa, un hombre que de cada uno de sus caprichos hace una Cruzada. Al comienzo, había querido hacer de su obra un microcosmos que fuera una metáfora del abuso del poder. Ahora, se sentía cada vez más impulsado a ver a Denker como una especie de Mister Chips, y la tragedia no residía en la vejación intelectual infligida a Gary Benson, sino más bien en la destrucción de un viejo maestro bondadoso que no alcanzaba a ver las cínicas supercherías de ese monstruo disfrazado de estudiante.”
Jack nunca será capaz de terminar su obra, a pesar de tener bien claro cuál sería el acto final:

“En un acceso de rabia, Denker se apodera del atizador que hay junto a la chimenea y golpea santamente a Gary, hasta matarlo. Después de pie junto al cuerpo, con el atizador ensangrentado en la mano, vocifera dirigiéndose al público: «¡Está aquí, en alguna parte, y yo lo encontraré!» Entonces, a medida que las luces pierden intensidad y el telón baja lentamente, el público ve el cuerpo de Gary boca abajo sobre el proscenio, mientras Denker se encamina a zancadas hacia la biblioteca y empieza a arrojar febrilmente los libros de los estantes, tirándolos a un lado después de mirarlos.” 
“La Escuelita” queda trunca… aunque eso a Jack Torrance no le preocupa, puesto que ha decidido encaminar su arte y su vida entera a cantar las glorias y las bajezas del Overlook, este lugar mágico que encarna a un tiempo todo lo que ama y todo lo que teme. 

Por supuesto, para saber si logrará su cometido, habría que leer el libro y ver las dos adaptaciones, puesto que los tres finales son diferentes… aunque quizás todos sean posibles en este único momento que se repite eternamente en el Overlook, como una mascarada interminable.
Dos últimas disquisiciones:
Steven Weber como Jack Torrance
Si estuviera en mi poder acceder a la literatura de Torrance, preferiría leer sus cuentos antes que su obra de teatro. No sólo parecen más interesantes sino menos mezquinos. En cuanto a la historia del Hotel, no sé si me atrevería, por temor a quedar atrapada.
Y, si el arte de Jack Torrance imitaba su vida, ¿qué podemos suponer del arte de King, que también fue profesor de literatura en sus comienzos, y también batalló con las adicciones? Sólo que King se reinventa una y otra vez, y que ha salido bien librado de todas sus batallas.


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