EN ESTE BLOG ABUNDAN LOS SPOILERS. Están advertidos.

viernes, 8 de marzo de 2019

Habitación 217 – Hotel Overlook

CUARTOS de HOTEL:
Pocas cosas hay más anónimas que una habitación de hotel. Una habitación de hotel es de nadie y de todos y cada uno de los que por ella pasan. Y todos y cada uno dejan una huella. Una habitación de hotel se impregna de las esencias de sus pasajeros… y, a veces, cobra vida propia.
El más famoso de los hoteles de Stephen King es, sin duda, el Overlook, indiscutido protagonista de “El Resplandor”. Ya sea a través de la novela original (1977), de la película de Stanley Kubrick (1980), o de la remake para TV en formato de miniserie (1997), el Overlook ha poblado las pesadillas de generaciones. 
A pesar de que todo el hotel, toda la entidad que es el Overlook, es una inmensa casa encantada, y de que en todos sus ambientes hay espectros y energía sangrienta (los asesinatos mafiosos de la Suite Presidencial son meramente los más estrepitosos), ninguna de sus habitaciones ha conjurado tanto terror y tantas fantasías como la habitación 217 
(es la 237 en la película de Kubrick… pero respetemos al menos el número original).
Si nos atenemos a la descripción del libro, la habitación en sí no es nada del otro mundo:
“En una araña de cristal tallado que pendía del techo, dos bombillas se encendieron. Danny avanzó más hacia dentro, mirando a su alrededor. La alfombra, de un grato color rosado, era mullida y suave, calmante. Una cama doble con el cubrecama blanco. Un escritorio […] junto a la gran ventana cerrada. […] Un armario, con la puerta abierta, que dejaba ver un puñado de perchas de hotel, de esas que no se pueden robar. Una Biblia sobre una mesita. A la izquierda estaba la puerta del cuarto de baño, sobre la cual un espejo de cuerpo entero reflejaba su imagen, con el rostro pálido. La puerta estaba entreabierta […] Un cuarto alargado, anticuado, que parecía un coche «Pullman». En el suelo, diminutas baldosas hexagonales, blancas. En el extremo opuesto, el inodoro con la tapa levantada. A la derecha, un lavabo y sobre él otro espejo, uno de esos que ocultan detrás un botiquín. A la izquierda, una enorme bañera blanca con patas como garras, con la cortina de la ducha corrida.”
Y en ese cuarto de baño, en esa bañera de la habitación 217 merodea el espectro de una mujer sin nombre. Watson, el vigilante de temporada alta del Overlook, le cuenta su historia a Jack Torrance en los primeros capítulos de la novela:
“Parece que hubiera gente que viene aquí nada más que para vomitar y que contrataran a un tipo como Ullman para limpiar los vómitos. Pues ahí viene esta mujer, que debía tener sus malditos sesenta años… ¡mi edad! y con el pelo teñido más rojo que la luz de una casa de putas, las tetas caídas hasta el ombligo, porque sostén no llevaba, unas venas varicosas en todas las piernas que parecían un par de mapas de carreteras, ¡y las joyas que tenía en el pescuezo y los brazos y le colgaban de las orejas! Y venía con ese chico que no podía tener más de diecisiete, con el pelo largo hasta el culo y el pantalón que le marcaba todo como si lo rellenara con las páginas de chistes. Y se pasan aquí una semana o unos diez días, no sé, y todas las noches la misma historia. En el salón Colorado de cinco a siete, ella tragando ponches como si mañana fueran a declararlos fuera de la ley, y él con una botellita de «Olympia», haciéndola durar. Y ella haciendo chistes y diciendo todas esas cosas ingeniosas, y cada vez que decía una él hacía una mueca como un jodido mono, como si le hubieran atado hilos a los extremos de la boca. Sólo que después de unos días ya se notaba que cada vez le costaba más sonreír, y sabe Dios lo que tendría que pensar para conseguir que le funcionara el arma a la hora de acostarse. Bueno, y después se iban a cenar, él caminando y ella tambaleándose, borracha como un pato, imagínese, y él pellizcando a las camareras y haciéndoles sonrisitas mientras ella no miraba. Créame que hasta hicimos apuestas a ver cuánto duraría. 
Watson se encogió de hombros. 
—Entonces, una noche, alrededor de las diez, él baja diciendo que su «mujer» está «indispuesta», es decir que ha vuelto a desmayarse como todas las noches que estuvo aquí, y que va a buscarle algún remedio para el estómago. Y se va en el «Porsche» en que habían llegado y ésa fue la última vez que se le vio el pelo. A la mañana siguiente ella baja y trata de mantener el tipo, pero cada vez se va poniendo más y más pálida hasta que el señor Ullman le pregunta, así, muy diplomático, si no querría notificar a la poli del Estado, por las dudas de si él hubiera tenido un accidente o cualquier cosa. Y ella se le viene encima como una gata. No, no, no, si él es un conductor estupendo, ella no está preocupada, no pasa nada, él volverá para la cena y cosas así. De modo que esa tarde, sobre las tres, ella se va al «Colorado» y no cena nada. A las diez y media se va a su cuarto y ésa fue la última vez que la vimos viva. 
—¿Qué sucedió?
—El juez del Condado dijo que se había tomado como treinta píldoras para dormir encima de todo el alcohol. Al día siguiente apareció el marido, todo un gran abogado de Nueva York, y lo paseó al viejo Ullman por todos los corredores del infierno. Que lo demandaré por esto y lo procesaré por lo otro y cuando acabe con usted no va a poder encontrar ni siquiera un par de calzoncillos limpios y cosas por el estilo. Pero Ullman no es tonto, el muy mamón. Al final logró calmarlo. Me imagino que le preguntó al figurón qué le parecería que su mujer apareciera en todos los periódicos de Nueva York: Esposa de Prominente Blablablá neoyorquino aparece muerta con la panza llena de somníferos. Después de haber estado jugando al escondite con un chico que podía haber sido su nieto. 
»La Policía encontró el «Porsche» en la parte de atrás de ese bar que está abierto toda la noche en Lyonos, y Ullman tiró de algunos hilos para conseguir que se lo devolvieran al abogado. Después, entre los dos lo presionaron al viejo Archer Houghton, que es el juez del Condado, y consiguieron que cambiara el fallo por el de muerte accidental. Ataque al corazón. Y ahora el viejo Archer conduce un «Chrysler». Yo no se lo critico. Un hombre tiene que aprovechar lo que encuentra, especialmente cuando ya van pasando los años.”
Esta pequeña anécdota no sólo cuenta la historia de esta dama, sino que pinta en un único vistazo la esencia misma del Overlook: salaz, decadente, lleno de secretos bien tapados con montones de dinero.
La dama de la habitación 217 se aparece, según cuál de las 3 versiones la cuente, como una hermosa seductora o como una muerta viviente repulsiva y aterradora. En cualquiera de sus dos versiones, es mortífera, una vez que se revela en su pútrido horror. Está muerta, pero la muerte es sólo un inconveniente menor para los huéspedes del Overlook. La fuerza poderosa que la anima es tan mortal como el terror que inspira su presencia.
Y basta hasta aquí, porque el Overlook merece ser recorrido en detalle, y la 217, más que ninguna otra de sus habitaciones, paga con creces el coraje de visitarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario