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martes, 22 de enero de 2019

Thad Beaumont

ESCRITORES y LIBROS:
En “El Nombre de la Rosa”, de Umberto Eco, Adso de Melk dice que a veces los libros hablan de otros libros, que es como si hablaran entre sí. Stephen King habla mucho sobre escritores, que es como si hablara de sí mismo y consigo mismo, y de los libros de esos escritores, que se entrelazan con los suyos. De esas historias imaginadas por autores imaginados, sólo conocemos ideas, temas, fragmentos. Y aquí están.
Timothy Hutton como Thad Beaumont
Thad es uno de los más conocidos “escritores de King”. Thad y George, por supuesto, pero de George hablaremos más adelante… so pena de sufrir las consecuencias. A George no le gusta ser olvidado. Y es difícil de olvidar.
“La mitad siniestra” (1989) es su historia. Thad es el lado blanco de ese extraño Yin-Yang generado por una superposición de causas naturales y paranormales. También es uno de los pocos de los cuales Stephen King consigna parte de su producción (una parte pequeña, no tanta como la de George, pero es que George es el mejor).
Thaddeus Beaumont nació en 1949 en el sector Ridgeway de Bengerfield, New Jersey. Fue el único hijo del matrimonio de Shayla y Glen Beaumont. Bueno, casi el único.
En enero de 1960, a los once años de edad, la revista American Teen le otorgó una mención honorífica en la categoría ficción por su cuento “Fuera de la casa de Marty”, que hubiera obtenido el segundo premio si Thad hubiese tenido un par de años más y alcanzado la categoría de “adolescente”. Stephen King no incluye nada de este cuento en el libro, pero en la película homónima el director, el maestro George A. Romero, incluye una pequeña fracción de otra de sus historias. Mientras Thad escribe, Elvis canta “¿Estás sola esta noche?” y los gorriones susurran en el fondo.
“… La señorita Bird dijo, vivazmente…”, escribe Thad, se quiebra la punta de su lápiz Berol Black Beauty y él se masajea las sienes. El murmullo de los gorriones sube de tono. Thad corre a la cama, sujetándose la cabeza. Los gorriones alzan el vuelo.
Dos escenas más adelante descubrimos, cuando su madre mira la primera y segunda hojas mecanografiadas, que la frase pertenece a una historia llamada, “Aquí Hay Tigres” (“Here There Be Tigers”). Pausando (con lo difícil que resultaba en los VCR de los ’90…) se puede leer:

“Charles necesitaba angustiosamente ir al lavabo. Ya era inútil engañarse diciendo que podía esperar al recreo. Su vejiga protestaba desesperadamente, y Miss Bird le había descubierto retorciéndose.
[…]
Cathy Scott, que tenía el pupitre delante de él, se rió pero cubriéndose prudentemente la boca con la mano.
Kenny Griffen hizo una mueca y dio una patada a Charles por debajo del pupitre. Charles se ruborizó.
—Di algo, Charles —insistió Miss Bird, vivamente—. Necesitas ir...
—Sí, Miss Bird.
—¿Sí qué?
—Que tengo que ir al só..., al baño.”

El texto está transcripto literalmente del cuento de Stephen King “Here There Be Tygers”, publicado originalmente en 1968 en la revista Ubris y recopilado con otros de sus cuentos en “Skeleton Crew” en 1985. King no es solamente un autor: es también TODOS sus autores.
Este cuento es una elección perfecta por varios motivos. Bird significa “pájaro”, por supuesto, la obsesión constante, los gorriones han comenzado a volar. Y esa palabra fascinante, poco común, en inglés “brightly”, vivazmente, dibuja al pequeño Thad muy bien, un niño culto contra toda expectativa, de vocabulario amplio, un chico vivaz y brillante. Además, “Aquí Hay Tigres” cuenta la historia de un niño que encuentra que la realidad tiene más vericuetos de lo que creía… como está a punto de descubrir el mismo Thad.
Estas escenas, además, cumplen la difícil función de enlazar lo que le es tan sencillo expresar a Stephen King en su prosa: su iniciación literaria no fue lo único que le pasó a Thad Beaumont en el '60. En agosto comenzaron los dolores de cabeza, el sonido y la imagen de miles de gorriones. Cuatro días antes de Hallowen tuvo una convulsión antes de subir al autobús de la escuela. Era un tumor, claro. King es uno de los pocos que se atreve a poner tumores en las tiernas cabecitas de niños inocentes. Aunque, obviamente, no podía poner un tumor cualquiera. Puso a George. Pero de George, como dije, hablaremos más adelante. Paciencia.
El tumor fue extirpado y los pájaros desaparecieron… por un tiempo al menos. Thad creció, se graduó, se casó con Elizabeth Stephens (Liz), y tuvieron a los gemelos Wendy y William. Y siguió escribiendo. No escribió mucho, sin embargo, aunque el creyó que lo estaba haciendo. En realidad, Thad sólo escribió y publicó dos novelas:
La primera fue “Los bailarines espontáneos” (elijo la segunda versión del nombre, puesto que la traducción de María Elisa Moreno Canalejas, para Grijalbo, dice a veces también “Los bailarines repentinos”, no sé si por indecisión o descuido, y me gusta menos). Por esta novela fue aclamado como el novelista más prometedor de los Estados Unidos y nominado en 1972 para el Premio Nacional del Libro.
En la película de Romero, podemos dar un vistazo a una de sus páginas mecanografiadas en la vieja Underwood de Thad, que se encuentra en proceso de corrección… y que ha sufrido la intrusión de los gorriones mentales para vandalizarla.

“… ¿Aún tenía Evelyn tanta presencia sobre él, que algo así podía cobrarse tal precio? Pensó de nuevo en el beso que no estaba ahí, una leve sugestión dejada en libertad.
Pero todo lo que venía a su mente era Mary Lou bailando. Él con frecuencia la observaba bailar sola. A diferencia de otros, ella no bailaba frente a un espejo. Henry cantaba en la ducha, pero lo hacía suavemente. A veces él sentía que ella sabía que la estaba mirando bailar sola. Parecía que estaba brindando un espectáculo para él, pero en su interior él sentía que esto no podía ser.
Los sueños eran tan frágiles como las bailarinas de papel de Evelyn, armadas con cuidado y devoción, también ellas pronto serían abandonadas en un pórtico en ruinas para ser barridas por un soplo de viento. Tal vez esa es su esencia, ese polvo sedoso…”

Como no existe en ningún otro lugar del universo SK, la traducción es mía, y he intentado mantener el estilo apresurado, bosquejado, indefinido que parece tener el original. No puedo menos que preguntarme si la escribió King, y si esa es la impronta de su máquina de escribir antigua, con los tipos medios borrados…
Sin embargo, la única parte real, depurada, que Stephen King nos deja leer, que parece ser el final, aparece como nota al Epílogo de “La mitad siniestra”. Aquí va:

“Ese día, Henry no besó a Mary Lou, pero tampoco se alejó de ella sin proferir una palabra, como podía haberlo hecho. La vio, soportó su enojo y esperó que se calmara en ese silencio bloqueado que conocía tan bien. Había reconocido que la mayor parte de estas aflicciones le pertenecían a ella, y no se podían compartir, ni siquiera discutir. Mary Lou siempre había bailado mejor cuando bailaba sola.
Al fin caminaron a través del campo y miraron una vez más la casa de juegos donde había muerto Evelyn tres años antes. No era un adiós, pero era lo mejor que podían hacer. Henry sentía que era lo más apropiado.
Colocó las pequeñas bailarinas de papel de Evelyn en la hierba alta junto al pórtico en ruinas, sabiendo que el viento se las llevaría muy pronto. Después, él y Mary Lou abandonaron el viejo lugar por última vez. No era agradable, pero estaba bien. Bastante bien. Henry no era un hombre que creyera en los finales felices. De ahí provenía principalmente la poca serenidad que conocía.”

Bonito, ¿no? Tan distinto del King de siempre, pero con los mismos ritmos. Bailarinas de papel en la hierba. Irrevocable. Y las dos últimas frases… King nos ha acostumbrado a no esperar finales felices, y a sorprendernos de vez en cuando con uno. Thad se merecía más que una nominación si el resto del libro estaba a la misma altura. Pero parece que su vida de escritor fue signada por menciones, nominaciones, y hasta ahí.
Después de “Los bailarines espontáneos”, que obtuvo más aplausos de la crítica que regalías, como dijo Mike Donaldson en la entrevista para People que le hizo a Thad, éste sufrió un bloqueo de escritor bastante serio que lo llevó al borde del alcoholismo y el suicidio. Fue George quien lo sacó, pero nadie lo supo entonces. Thad escribió y publicó una novela más, “Neblina púrpura” (también traducida como “Neblina morada” en otra página por la inconstante María etcétera Canalejas). No se da ningún dato de él, más que la opinión de Dodie Eberhart, la casera de Fred Clawson, a quien le gustan las novelas de crímenes, y si son verdaderamente sucias, mucho mejor. Dodie había leído a George, y “Neblina púrpura” le pareció un libro exquisitamente estúpido… hasta que descubrió esta escena:

“Un granjero mataba a un caballo de un tiro. —recuerda Dodie—. El caballo tenía dos patas rotas y no había más remedio que sacrificarlo, pero lo importante era que el granjero, el viejo John, lo había disfrutado. De hecho, había colocado el cañón de la pistola contra la cabeza del caballo, y entonces se había empezado a masturbar, apretando el gatillo en el momento del clímax.
Parecía, pensaba, como si Beaumont, al llegar a esta escena, hubiese salido a buscar una taza de café, y George Stark hubiera entrado a escribir el pasaje, como una especie de duende literario.”

Lo que es mucho más probable de lo que Dodie creería.
Antes del gran final, Thad había comenzado a escribir su tercera novela, “El perro de oro”, y de ésta no sabemos nada, porque los acontecimientos de “La mitad siniestra” la interrumpieron. Tampoco sabemos si la terminó alguna vez. Yo creo que no. La historia de Thad Beaumont se sigue contando con frases sueltas en medio de “La tienda de los deseos malignos” (traducción horrible de lo que Stephen King bautizó simplemente “Cosas Necesarias”), para complementar la historia de Alan Pangborn:

“… cuando todo terminó, [Thad] adoptó la costumbre de embriagarse y llamarte —recuerda Alan—. Y después, su esposa tomó a los gemelos y lo abandonó…
Por medio de las llamadas telefónicas de Thad cuando estaba ebrio, Alan se había convertido en un testigo involuntario del rompimiento del matrimonio de Thad y de la constante erosión de la cordura del hombre.”

Y, finalmente, sabemos el destino de Thad a través de una breve referencia en “Un saco de huesos”:

“Habréis visto mi nombre en muchas listas de los libros más vendidos […] una vez ascendí al número cinco en la lista del Times eso fue con mi segundo libro, El hombre de la camisa roja. Paradójicamente, uno de los libros que me impedía subir más alto era Steel Machine, de Thad Beaumont (con el seudónimo de George Stark). En aquellos días, los Beaumont tenían una casa de campo en Castle Rock, a menos de setenta kilómetros al sur de la nuestra en el lago Dark Store Lake. Ahora Thad ha muerto. Se suicidó. No sé si tuvo algo que ver con el bloqueo del escritor.”

Por lo que dice ahí, no parece haber estado en condiciones de terminar “El perro de oro”… pero sí “Máquina de acero”… Tal vez esa sea la explicación definitiva de su declive… o del nuevo ascenso de su mitad siniestra, que poco sabe del bloqueo de escritor.
Lo que ahora nos lleva a conocer a George:


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