ESCRITORES y LIBROS:
En “El Nombre de la Rosa”, de Umberto Eco, Adso de Melk dice que a veces los libros hablan de otros libros, que es como si hablaran entre sí. Stephen King habla mucho sobre escritores, que es como si hablara de sí mismo y consigo mismo, y de los libros de esos escritores, que se entrelazan con los suyos. De esas historias imaginadas por autores imaginados, sólo conocemos ideas, temas, fragmentos. Y aquí están.
Timothy Hutton como Thad Beaumont |
“La mitad siniestra” (1989) es su historia. Thad es el lado
blanco de ese extraño Yin-Yang generado por una superposición de causas
naturales y paranormales. También es uno de los pocos de los cuales Stephen
King consigna parte de su producción (una parte pequeña, no tanta como la de
George, pero es que George es el mejor).
Thaddeus Beaumont nació en 1949 en el sector Ridgeway de
Bengerfield, New Jersey. Fue el único hijo del matrimonio de Shayla y Glen
Beaumont. Bueno, casi el único.
En enero de 1960, a los once años de edad, la revista American Teen le otorgó una mención
honorífica en la categoría ficción por su cuento “Fuera de la casa de Marty”, que hubiera obtenido el segundo premio
si Thad hubiese tenido un par de años más y alcanzado la categoría de “adolescente”.
Stephen King no incluye nada de este cuento en el libro, pero en la película
homónima el director, el maestro George A. Romero, incluye una pequeña fracción
de otra de sus historias. Mientras Thad escribe, Elvis canta “¿Estás sola esta
noche?” y los gorriones susurran en el fondo.
“… La señorita Bird
dijo, vivazmente…”, escribe Thad, se quiebra la punta de su lápiz Berol
Black Beauty y él se masajea las sienes. El murmullo de los gorriones sube de
tono. Thad corre a la cama, sujetándose la cabeza. Los gorriones alzan el
vuelo.
Dos escenas más adelante descubrimos, cuando su madre mira la
primera y segunda hojas mecanografiadas, que la frase pertenece a una historia
llamada, “Aquí Hay Tigres” (“Here There Be Tigers”). Pausando (con lo difícil
que resultaba en los VCR de los ’90…) se puede leer:
“Charles necesitaba angustiosamente ir al lavabo. Ya era inútil
engañarse diciendo que podía esperar al recreo. Su vejiga protestaba
desesperadamente, y Miss Bird le había descubierto retorciéndose.
[…]
Cathy Scott, que tenía el pupitre delante de él, se rió pero
cubriéndose prudentemente la boca con la mano.
Kenny Griffen hizo una mueca y dio una patada a Charles por debajo del
pupitre. Charles se ruborizó.
—Di algo, Charles —insistió Miss Bird, vivamente—. Necesitas ir...
—Sí, Miss Bird.
—¿Sí qué?
—Que tengo que ir al só..., al baño.”
El texto está transcripto literalmente del cuento de Stephen
King “Here There Be Tygers”, publicado
originalmente en 1968 en la revista Ubris y recopilado con otros de sus cuentos
en “Skeleton Crew” en 1985. King no
es solamente un autor: es también TODOS sus autores.
Este cuento es una elección perfecta por varios motivos.
Bird significa “pájaro”, por supuesto, la obsesión constante, los gorriones han
comenzado a volar. Y esa palabra fascinante, poco común, en inglés “brightly”, vivazmente,
dibuja al pequeño Thad muy bien, un niño culto contra toda expectativa, de
vocabulario amplio, un chico vivaz y brillante.
Además, “Aquí Hay Tigres” cuenta la historia de un niño que encuentra que la
realidad tiene más vericuetos de lo que creía… como está a punto de descubrir
el mismo Thad.
Estas escenas, además, cumplen la difícil función de enlazar
lo que le es tan sencillo expresar a Stephen King en su prosa: su iniciación
literaria no fue lo único que le pasó a Thad Beaumont en el '60. En agosto
comenzaron los dolores de cabeza, el sonido y la imagen de miles de gorriones.
Cuatro días antes de Hallowen tuvo una convulsión antes de subir al autobús de
la escuela. Era un tumor, claro. King es uno de los pocos que se atreve a poner
tumores en las tiernas cabecitas de niños inocentes. Aunque, obviamente, no
podía poner un tumor cualquiera. Puso a George. Pero de George, como dije, hablaremos más adelante.
Paciencia.
El tumor fue extirpado y los pájaros desaparecieron… por un
tiempo al menos. Thad creció, se graduó, se casó con Elizabeth Stephens (Liz),
y tuvieron a los gemelos Wendy y William. Y siguió escribiendo. No escribió
mucho, sin embargo, aunque el creyó que lo estaba haciendo. En realidad, Thad
sólo escribió y publicó dos novelas:
La primera fue “Los
bailarines espontáneos” (elijo la segunda versión del nombre, puesto que la
traducción de María Elisa Moreno Canalejas, para Grijalbo, dice a veces también
“Los bailarines repentinos”, no sé si
por indecisión o descuido, y me gusta menos). Por esta novela fue aclamado como
el novelista más prometedor de los Estados Unidos y nominado en 1972 para el
Premio Nacional del Libro.
En la película de Romero, podemos dar un vistazo a una de
sus páginas mecanografiadas en la vieja Underwood de Thad, que se encuentra en
proceso de corrección… y que ha sufrido la intrusión de los gorriones mentales para
vandalizarla.
“… ¿Aún tenía Evelyn tanta presencia sobre él, que algo así podía
cobrarse tal precio? Pensó de nuevo en el beso que no estaba ahí, una leve
sugestión dejada en libertad.
Pero todo lo que venía a su mente era Mary Lou bailando. Él con
frecuencia la observaba bailar sola. A diferencia de otros, ella no bailaba
frente a un espejo. Henry cantaba en la ducha, pero lo hacía suavemente. A
veces él sentía que ella sabía que la estaba mirando bailar sola. Parecía que
estaba brindando un espectáculo para él, pero en su interior él sentía que esto
no podía ser.
Los sueños eran tan frágiles como las bailarinas de papel de Evelyn,
armadas con cuidado y devoción, también ellas pronto serían abandonadas en un
pórtico en ruinas para ser barridas por un soplo de viento. Tal vez esa es su
esencia, ese polvo sedoso…”
Como no existe en ningún otro lugar del universo SK, la
traducción es mía, y he intentado mantener el estilo apresurado, bosquejado,
indefinido que parece tener el original. No puedo menos que preguntarme si la
escribió King, y si esa es la impronta de su máquina de escribir antigua, con
los tipos medios borrados…
Sin embargo, la única parte real, depurada, que Stephen King
nos deja leer, que parece ser el final, aparece como nota al Epílogo de “La mitad siniestra”. Aquí va:
“Ese día, Henry no besó a Mary Lou, pero tampoco se alejó de ella sin
proferir una palabra, como podía haberlo hecho. La vio, soportó su enojo y
esperó que se calmara en ese silencio bloqueado que conocía tan bien. Había
reconocido que la mayor parte de estas aflicciones le pertenecían a ella, y no
se podían compartir, ni siquiera discutir. Mary Lou siempre había bailado mejor
cuando bailaba sola.
Al fin caminaron a través del campo y miraron una vez más la casa de
juegos donde había muerto Evelyn tres años antes. No era un adiós, pero era lo
mejor que podían hacer. Henry sentía que era lo más apropiado.
Colocó las pequeñas bailarinas de papel de Evelyn en la hierba alta
junto al pórtico en ruinas, sabiendo que el viento se las llevaría muy pronto.
Después, él y Mary Lou abandonaron el viejo lugar por última vez. No era
agradable, pero estaba bien. Bastante bien. Henry no era un hombre que creyera
en los finales felices. De ahí provenía principalmente la poca serenidad que
conocía.”
Bonito, ¿no? Tan distinto del King de siempre, pero con los
mismos ritmos. Bailarinas de papel en la hierba. Irrevocable. Y las dos últimas
frases… King nos ha acostumbrado a no esperar finales felices, y a
sorprendernos de vez en cuando con uno. Thad se merecía más que una nominación
si el resto del libro estaba a la misma altura. Pero parece que su vida de
escritor fue signada por menciones, nominaciones, y hasta ahí.
Después de “Los
bailarines espontáneos”, que obtuvo más aplausos de la crítica que
regalías, como dijo Mike Donaldson en la entrevista para People que le hizo a
Thad, éste sufrió un bloqueo de escritor bastante serio que lo llevó al borde
del alcoholismo y el suicidio. Fue George quien lo sacó, pero nadie lo supo
entonces. Thad escribió y publicó una novela más, “Neblina púrpura” (también traducida como “Neblina morada” en otra página por la inconstante María etcétera
Canalejas). No se da ningún dato de él, más que la opinión de Dodie Eberhart,
la casera de Fred Clawson, a quien le gustan las novelas de crímenes, y si son
verdaderamente sucias, mucho mejor. Dodie había leído a George, y “Neblina púrpura” le pareció un libro
exquisitamente estúpido… hasta que descubrió esta escena:
“Un granjero mataba a un caballo de un tiro. —recuerda Dodie—. El caballo tenía dos patas rotas y no
había más remedio que sacrificarlo, pero lo importante era que el granjero, el
viejo John, lo había disfrutado. De hecho, había colocado el cañón de la
pistola contra la cabeza del caballo, y entonces se había empezado a masturbar,
apretando el gatillo en el momento del clímax.
Parecía, pensaba, como si Beaumont, al llegar a esta escena, hubiese
salido a buscar una taza de café, y George Stark hubiera entrado a escribir el
pasaje, como una especie de duende literario.”
Lo que es mucho más probable de lo que Dodie creería.
Antes del gran final, Thad había comenzado a escribir su
tercera novela, “El perro de oro”, y
de ésta no sabemos nada, porque los acontecimientos de “La mitad siniestra” la interrumpieron. Tampoco sabemos si la
terminó alguna vez. Yo creo que no. La historia de Thad Beaumont se sigue
contando con frases sueltas en medio de “La
tienda de los deseos malignos” (traducción horrible de lo que Stephen King
bautizó simplemente “Cosas Necesarias”),
para complementar la historia de Alan Pangborn:
“… cuando todo terminó, [Thad] adoptó la costumbre de embriagarse y
llamarte —recuerda Alan—. Y después,
su esposa tomó a los gemelos y lo abandonó…
Por medio de las llamadas telefónicas de Thad cuando estaba ebrio, Alan
se había convertido en un testigo involuntario del rompimiento del matrimonio
de Thad y de la constante erosión de la cordura del hombre.”
Y, finalmente, sabemos el destino de Thad a través de una
breve referencia en “Un saco de huesos”:
“Habréis visto mi nombre en muchas listas de los libros más vendidos […] una vez ascendí al número cinco en la lista del Times… eso fue con mi segundo
libro, El hombre de la camisa roja. Paradójicamente, uno de los libros que me
impedía subir más alto era Steel Machine, de Thad Beaumont (con el seudónimo de
George Stark). En aquellos días, los Beaumont tenían una casa de campo en
Castle Rock, a menos de setenta kilómetros al sur de la nuestra en el lago Dark
Store Lake. Ahora Thad ha muerto. Se suicidó. No sé si tuvo algo que ver con el
bloqueo del escritor.”
Por lo que dice ahí, no parece haber estado en condiciones
de terminar “El perro de oro”… pero sí
“Máquina de acero”… Tal vez esa sea
la explicación definitiva de su declive… o del nuevo ascenso de su mitad
siniestra, que poco sabe del bloqueo de escritor.
Me encanta tu pagina.Te deseo mucha suerte.S.
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